martes, 18 de agosto de 2009

El arbol del amor



He oído contar que hace muchísimos años, en un pequeñito lugar del mediterráneo, vivía una extraña y misteriosa mujer.

Su belleza era inusual, conformada de una materia diferente, parecía envuelta en un alo de energía plateada al andarse tenia la sensación de que en vez de pisar flotara. Se deslizara como la luz en la penumbra de la noche.

En nada parecía humana. ¿Pero acaso lo era? Extraño ser.

Parecía que tuviera un pacto con la luna, pues cada noche se adentraba en la espesura del bosque hasta alcanzar la cima de la montaña azul; se quitaba la ropa y bailaba una especie de danza mágica, de gestos sensuales y armoniosos; cargados de una fuerza sutil y atrayente.

Danzaba hasta caer extenuada. Allí permanecía hasta el amanecer, Cuando el sol hacia su aparición ella parecía despertar de la placida muerte. Se levantaba y con movimientos flotantes volvía a su hogar por el mismo camino por donde había llegado.

Los habitantes del lugar se preguntaban intrigados sobre esta extraña criatura, que por otro lado no se la veía en ningún otro lugar. Y solo aquellas personas que se levantaban poco antes del amanecer para subir al barco de pesca las había visto, la mayoría de las gentes sabían de ella por los comentarios de estos hombres.

Todos sabemos lo que es capaz de mover la curiosidad. Así que estos hombres llevados por esa fuerza decidieron seguirla.

Cuenta la historia que esperaban expectante el momento en que ella pasara para seguirle el rastro con mucha cautela.

Así lo hicieron. Cuando llegaron al lugar donde la mujer cada noche danzaba a la luz de la luna, todos ellos agazapados contemplaban sin dar crédito la exuberante danza que la muchacha realizaba hasta que caía al suelo extasiada.

Hubo algunos que quisieron correr a su lado pensando que necesitaba ayuda, pero al ser más fuerte el miedo a verse descubierto que la preocupación se levantaron y atónitos se fueron a sus trabajos. La siguieron cada día durante algún tiempo.

Como la fuerza de la rutina extingue la curiosidad, engulléndolo todo con normalidad. Llegó un día en que dejaron de seguirla.

Como en todo lugar de leyenda también aquí habitaba un gran iniciado en la alquimia.

Él era el único habitante en el que la curiosidad no sólo no se había extinguido sino que aumentaba cada noche mientras contemplaba toda la escena de la danza con su posterior desmayo.

Él no solo sabía que la criatura no era humana, sino que además intuía que estaba poseída, presa de una especie de embrujo indescifrable para él.

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