domingo, 12 de julio de 2009

Hoy ha estado en mi con mucha fuerza el sentimiento de lo enredado que solemos estar los seres humanos en nuestras ideas, creencias y certezas. A veces estas certezas provienen de una renovación de ideas otras del trabajo producido por alguna técnica de auto superación, acertividad, trabajo personal y demás conceptos que nos engañan haciéndonos creer ciegamente en esa nueva verdad; cuando lo cierto es que si ese pensar produce separación no es más que un cambio parcial. Algo así como cambiar de sitio los mismos muebles usados en la misma casa.

Cada uno enredado en nuestras propias creencias, dando por sentado que son “las autenticas” .Por lo tanto quién no comulgue con nuestro credo es que está equivocado en sus planteamientos y sus formas de afrontar la vida.

Cada uno nos solemos obcecar con aquellas ideas y conceptos con los que nos identificamos. (El motivo de la identificación puede ser muchos: las heridas, la influencia de los astros, la educación, la cultura del lugar etc.) .

Unos se erige en pos del nudismo, otros del vegetarianismo, otros del comunismo, otros del ateismo, otros del veganismo, otros del naturalismo, otros del intelectualismo, otros del romanticismo, otros del espiritismo, ocultismo, cristianismo, budismo, sufismo, y según nuestras creencias nos perchamos de unas series de certezas y actuaciones que defendemos a capa y espada si hace falta.

Nuestra ceguera nos hace creer que ese prisma desde donde miramos es el acertado.Solemos empeñarnos en que los demás vean las cosas desde ese mismo lugar. A veces discutiendo e incluso gritando. Otras simplemente con la espada de un mirar cargado de separación e indiferencia, desde un corazón desolado y una mente llena de prepotencia. Nos resulta tan fácil juzgar, calificar al otro.

Todo este comportamiento crea tal separación que evita que sintamos cariño por los otros seres aparentemente diferente.

¿Nos hemos parado alguna vez a ver lo horrible que es esta forma de actuar nuestra? Qué feo es el no escuchar con amor lo que el otro ser humano tiene intención de comunicarnos.

Qué fea, esa mirada altanera que produce una escucha sin cariño.

Qué feo es querer imponer nuestro punto de vista por encima del otro ser humano.

Qué tristeza produce la incomprensión que nos hace sentenciar y reprochar.

Qué triste que las personas no podamos sencillamente hablarnos, comunicar aquello que pensamos y sentimos sin que se cree rivalidad, contraposición. Escuchar con un corazón abierto.

Solemos estar tan orgulloso de nuestro pensar. A veces por ser diferentes a la de la mayoría. Otras por ser elitista. Otras por pertenecer al famoso mundo alternativo o por el contrario, por ser un pensar convencional o religioso.

A veces esa prepotencia encierra un inmenso orgullo producido quizás por la alabanza reconocida en la infancia. Por realizar hazañas pocos comunes. Porque proclamaron como envidiable nuestro carácter. Solemos guardar ese recuerdo del pasado como una joya sin darnos cuenta que es una cadena atada al corazón que nos impide amar. Sentir sin más. Ser sin la necesidad de la aprobación de otros, No tener que demostrar que somos algo. Vivir de la mano con la vida.

Porque después de todo, ¿Para qué tanta lucha?, ¿Cuál es el motivo de tanto trabajo espiritual? ¿Para qué tanto método de crecimiento personal?

¿No es sencillamente para librarnos del sufrimiento?

¿Acaso uno puede liberarse mientras reposemos en esa mente mecánica-egoica, personalizada?

Desde esa mente todo lo que pensemos y hagamos es parcial y relativo, es memoria y por lo tanto pensamiento acumulado. ¿No es todo ese acumulo la causa del sufrimiento? ¿Habría sufrimiento si viviéramos con la frescura del mismo instante?

Por lo tanto qué importa los ideales de cada uno, al fin de cuenta, no es más que identificaciones diferentes.

¿Podemos vivir en la atención del mismo instante, para evitar la acumulación y la alimentación de cualquier pensamiento separatista que es la causa del sufrimiento humano?

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