lunes, 3 de agosto de 2009

Escrito en el 2005. Una tarde de agosto

Era las fiestas de la ciudad, dentro de un rato actuaría María Isabel, había un gran alboroto de niños/as, madres y algunos padres que acompañaban a sus hijos para ver llegar a la niña que iba a cantar.

Una madre llegó eufórica con su bebe en brazos, para contarle al marido que Ana Isabel le había tocado la cara al niño, y le explicaba con todo detalle como había ocurrido.

Aquí en este escenario que mostraba la calle, todo era alboroto, histerismo y una gran superficialidad en las caras y el vestir de las niñas, las admiradoras de la tal María Isabel.

Contemplaba todo esto sentada en el borde de la acera, mientras esperaba a unos amigos que tenían que venir a recogerme a la salida del trabajo.

De repente observo un autobús blanco, las personas se les acerca entusiasmada, no comprendo, entonces miro hacia el interior y veo una niña de unos 10 años toda maquillada y sofisticad amente vestida. por un momento nos miramos fijamente y sentí algo parecido a la compasión. El autobús blanco avanzó, miré al cielo. . . allí se extendía

la inmensidad ajena a todo bullicio, limpia y viva: los pájaros revoloteaban, los árboles balanceaba su copa levemente al ritmo de la suave brisa las nubes paseaban teñidas de colores violetas, anaranjadas,grises,rojas, rosas etc. un sin fin de tonos diferentes producido por el atardecer.

Pasee con los pájaros, me extendí sobre las nubes me balancee con los árboles, por unos instantes me llenó esa quietud, esa vida, esa inmensidad que se extendía ahí mismo: junto todo alboroto, confusión y frivolidad. Pero todo permanecía a la vez tan lejos tan diferente, tan inmaculado. . .

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